El teatro y el cine nos han malacostumbrado a los finales armónicos y
generalmente felices, gracias a milagrosas coincidencias y soluciones
abruptas ex machina, como un ángel u otro emisario divino
descendiendo de los cielos para obrar maravillas. Sin embargo, los
milagros de la tradición judía son muy distintos y particulares, como el
que rememoramos estos próximos días de Janucá.
En esta fiesta recordamos no un milagro sino un “gran milagro” (nes gadol,
en hebreo). Pero sorprendentemente no es algo espectacular
(probablemente sea el único milagro religioso que nunca ha sido llevado
al cine): una misma cantidad de aceite tarda ocho veces más en
consumirse. Por el contrario, la Torá no llama milagro a la
separación de las aguas del Mar Rojo cuando los israelitas huyen del
Egipto faraónico, del mismo modo que no atribuimos un carácter milagroso
a la creación del mundo o el ser humano, ya que son producto de la
intervención divina, más allá de las leyes de la naturaleza por
definición.
Sin embargo, el milagro de Janucá (literalmente, la inauguración o,
mejor, la re-purificación del Templo de Jerusalén después de haber sido
profanado con ídolos paganos griegos) es obra del propio pueblo judío,
que se alzó liderado por los macabeos para recuperar una independencia
perdida siglos atrás, combinando decisión y fe. Así se obtienen
resultados insólitos que desafían la lógica, aunque no atentan contra la
naturaleza, sino que explican cómo actúa en casos extremos.
No estamos hablando, por supuesto, de milagros sobrenaturales como la
resurrección de los niños palestinos asesinados (Mohamed Al Durah)
frente a las cámaras de los reporteros (la traslación del mundo mágico
de Hollywood a la guerra mediática conocida como “Pallywood”) o, ya en
un plano mucho más prosaico, de los milagros del Photoshop. Pero Janucá
no es el único milagro judío.
Milagroso es el empeño de un pueblo asesinado y deshumanizado hasta
límites nunca antes alcanzados de levantar la cabeza y reconstruirse
física y espiritualmente después del Holocausto. Milagroso es que una
tierra desertizada y abandonada reverdezca y multiplique sus habitantes
por 130 en 150 años. Milagroso es que durante al menos tres mil años un
pequeño pueblo haya sobrevivido a las grandes civilizaciones que hoy
ilustran los libros de historia pero que han desaparecido como tales: de
los antiguos egipcios a los romanos, pasando por los antiguos griegos
que coprotagonizan la historia de Janucá.
Con este bagaje, habrá quien piense que es normal que seamos raros.
Yo me inclino a creer que lo milagroso es que seamos normales.
Shabat Shalom y Jag Janucá Sameaj (por adelantado)
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad
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